
Vivir la experiencia de tener el corazón roto o las decepciones amorosas es inevitable. No porque se busque sufrir por gusto, sino porque es parte de la vida. Puede venir desde de una ruptura amorosa, un amor no correspondido, una decepción con alguien que esperábamos avanzar a formar una relación, una infidelidad o incluso alejarse de alguien que se quería mucho, pero no era lo más sano para una o ambas partes continuar juntos.
Cuando se piensa en la escena de un desamor, muchas veces la primera referencia que se puede tener es la de muchas películas de Hollywood: comiendo litros de nieve frente a una película romántica, pasando una noche de copas en el bar, escuchando música de despecho, etc. En parte es normal, cuando se pasa un sufrimiento, se busca sentirse comprendido y disminuir el dolor. Sin embargo, el hecho que las cosas no salgan como se esperaban no significa que el corazón se convierta en una prisión cerrada con doble candado para siempre.
Es normal que ante una situación como estas se tienda a perder el interés o tener cierto temor hacia la idea de conocer personas nuevas, involucrar el corazón en cierta intimidad, incluso llegue a pasar por la mente con cierta flojera, cansancio o desesperanza la idea de ya no volver a intentarlo, de renunciar a la experiencia de ser amado en una relación de pareja.
Cuando pasa esto, es donde puede surgir la pregunta ¿vale la pena creer en el amor? Este tipo de preguntas generalmente llegan cuando hay vulnerabilidad, especialmente a nivel emocional y es cuando más difícil se hace mirar las cosas con claridad. Sin embargo, es importante no quedarse anclado en la frustración, el dolor o el miedo.
Como cita Proverbios 4,23: por sobre todas las cosas, guarda tu corazón, porque de él brotan las fuentes de la vida. Sin embargo, es importante purificar la intención con la cual se hace, para evitar que el corazón quede bajo una vitrina con difíciles o dolorosos filtros de seguridad donde nadie pueda acercarse.
San Juan Pablo II dijo en 1991 en un encuentro con presos en Polonia que “la peor prisión es un corazón cerrado e insensible, y el mal mayor, la desesperación”. Aunque su mensaje se contextualiza a una cárcel física, se puede adaptar muy bien al contexto emocional y afectivo en cómo se encuentra el corazón en circunstancias como esta.
Cerrarse a amar y ser amado, es una experiencia para la cual el corazón no está hecho. Se termina dañando a quienes están cerca y a uno mismo al intentar vivir en esta contracorriente.
Por ello, te comparto estos 4 tips que puedan ayudar a renovar la decisión de abrir el corazón, tanto al amor que se anhela compartir como al que es merecido recibir.
1.- Cuidar de uno mismo sin caer en el egoísmo
Cuando se viven situaciones dolorosas o desagradables, el cerebro manda señal al cuerpo para buscar equilibrio, tanto a nivel físico como emocional. Somos unidad y lo que vivamos en la dimensión espiritual, psicológica o física va a repercutir en toda nuestra persona.
Por eso es válido que en el tiempo donde la vulnerabilidad se vive más fuerte, buscar esos espacios que ayuden a encontrar la estabilidad. Desde un pasatiempo que se disfrute, alguna actividad nueva o se tiene algún tiempo sin atender, la creatividad con la que se disponga este tiempo personal será la clave.
Es importante tener en cuenta que este tiempo de buscar estabilidad y autocuidado no abra paso a actitudes cerradas, donde solo se mire a sí mismo y se cierre la puerta a quienes están cerca o incluso personas nuevas a quien se pueda conocer. Será sanador para el corazón recordar que es importante estar abierto a los demás y aportarles el mayor bien que se pueda, de esta forma se estará entrenando para renovar la disposición y capacidad de amar.
2.- Tener presente el valor como persona
Cuando el corazón pasa por la crisis de resignarse o perder la esperanza de volver a amar, uno de los cuestionamientos que más ruido pueden hacer es el de centrarse más en lo negativo, pensar que no se es suficiente, no se merecen cosas buenas y una lista amplia de pensamientos que se convierten en creencias y tienden a distorsionar la mirada sobre sí mismo.
El valor de una persona no depende de su situación sentimental, de los reconocimientos o títulos que tenga, sino de su dignidad de ser pensado, creado y amado por Dios. Ni la estrella más lejana, el planeta más grande o los mismos ángeles tienen esta dignidad. Ciertamente toda la creación es buena y bella ante Dios, pero con predilección amorosa, cada persona en este mundo ha sido pensada como regalo para el mundo. Este es un recordatorio de cuán amado ya se es.
No vale la pena perder el alma por encontrar al alma gemela, ni mendigar amor. Toda persona es digna de ser amada y puede haber momentos donde se necesite ayuda. Esta se puede encontrar en el acompañamiento espiritual, terapia psicológica y la red de apoyo más cercana y de confianza.
3.- Rodearse de personas que testimonien el amor sin idealizaciones
Ante el panorama actual que favorece la cultura del placer en la sexualidad desligada del amor, usar a las personas como medios de satisfacción, la pornografía, música o cine. Por otro lado, el aumento de casos de divorcios, separaciones, dinámicas en las relaciones de pareja que tienden menos o con más dificultad por diversas circunstancias hacia el matrimonio, son una señal que puede hacer dudar para optar al amor para siempre.
Es aquí donde la presencia de testimonios congruentes, parejas y matrimonios que brindan su ayuda y acompañamiento, pueden ser de mucha ayuda. Sin historias perfectas, incluso en circunstancias no deseables por ellos en algunas ocasiones, pero que se han decidido a amarse y hacer a Dios la roca firme de su relación. Esta certeza alienta la esperanza de que es posible aprender y abrirse a la aventura de amar con toda su riqueza, todo el corazón y para toda la vida.
Junto a este acompañamiento personal y de pareja, existen recursos y espacios para formarse en el amor, especialmente por medio de experiencias sanadoras que tocan la vida y van transformando el corazón. Si tienes la oportunidad de vivir una experiencia completa en la Teología del cuerpo en tu ciudad o donde más cerca te quede a tus recursos, es un muy buen comienzo dedicarle tiempo a amar mejor.
4.- Abrirle el corazón a Dios y dejarse sorprender por Él
Hay ocasiones que desde el fondo del corazón surgen reclamos hacia Dios por el dolor o confusión que causan la expectativa no cumplida, la relación que termina, la frustración de sentir que pasa el tiempo sin tener pareja o al ver que amigos cercanos o familiares atraviesan la etapa del noviazgo, compromiso o matrimonio.
Dios es quien mejor conoce lo que vive y necesita nuestro corazón. Tener en cuenta esto no tiene la intención de volverse insensible ante estas experiencias tan humanas, sino para poner el corazón y lo que brota de él en el lugar más seguro. Es decir, en manos de Dios.
Todo esto que pasa por el corazón, va a tomar un mayor sentido al ofrecerlo a Dios en oración. Miedos, dudas, incertidumbres, ilusiones, anhelos… tienen una razón de ser para estar ahí. Dios no es ajeno a ello, ten confianza.
Como pilares donde apoyarse en este proceso están:
· La palabra de Dios para retomar el camino y fortalecer el alma.
· Personas cercanas en quienes encomendarse a su oración, por la paz y cuidado del corazón.
· Abrirse a la gracia de Dios en la Eucaristía y la Reconciliación.
Nada mejor que ir a la fuente del amor para volver a amar. Pídele a Dios que renueve tu fe y esperanza en que pondrá tu corazón a su tiempo y con tu libertad, en manos de quien sepa custodiarlo y amarte en totalidad.
No hay que cansarse de amar, en primer lugar, a Dios, ese es el propósito de esta vida.
“Cuando se habita la crisis sin ceder a la cerrazón, a la rabia y al miedo, teniendo la puerta abierta a Dios, Él puede intervenir. Él es experto en transformar las crisis en sueños: sí, Dios abre las crisis a perspectivas nuevas que no imaginábamos, quizá no como nosotros nos esperamos, sino como Él sabe. Y estos son, hermanos y hermanas, los horizontes de Dios: sorprendentes, pero infinitamente más amplios y hermosos que los nuestros”.
Papa Francisco, Ángelus 18 de diciembre, 2022
Daniel Moreno Mena @psic.daniemoreno