
Seré sincero… cuando se me pidió escribir un tema relacionado a la vida, no supe sobre qué piso situarme. ¿La vida como defensa al niño por nacer y el movimiento Pro-Vida ?, ¿o la vida como la apertura que, como matrimonios, o futuros matrimonios, debemos tener para procrear nuevas generaciones?
Llegué a la conclusión, que el segundo sería el más adecuado a tratar. Y el motivo es que, iremos al origen sobre el cual lo anterior está supeditado: La importancia, como parejas, de dar vida.
Una vida única, sagrada, digna desde la concepción, y que merece, por el mero hecho de existir, toda atención y cuidado hasta su fin último: la muerte natural del cuerpo físico y el paso a la Vida Eterna del alma.
Entremos al tema, ¿qué actos tomar para llevar una vida congruente a favor de la vida?
Aclaremos desde ya, es una congruencia que no solo se manifiesta en la apertura a la concepción, sino también en la crianza, educación y cuidado que aquella vida procreada debe tener.
Vayamos por partes:
Primer Acto Diario: Reafirma que dar vida le da sentido a tu relación.
Si durante el día piensas en tu cónyuge o sueñas con casarte, en ese momento recuerda el fruto más hermoso del matrimonio: Los hijos. Y pregúntate:
¿Estoy abierto a tener hijos?
En línea con la Carta Encíclica Humanae Vitae de Pablo VI: “La finalidad del acto conyugal es la Unión y la Procreación”. Si uno de estos se retira de la ecuación, todo sentido del acto sexual se derrumba.
Así como dos columnas que sostienen un pórtico, así de importante es la presencia permanente de la búsqueda de la unión y la apertura a la procreación durante la unión física de los esposos.
Esto no quiere decir que, por ejemplo, una pareja imposibilitada a tener hijos, o una pareja que en aquel momento no lo tenga planeado, pueda verse negada de la bendición y estabilidad que el fin procreativo trae a sus vidas. No.
Quiere decir que siempre que se tenga la apertura a la vida en el corazón, Dios bendice esta unión. Y que una pareja puede, “cuando por justos motivos la procreación no es deseable” (Pablo VI, Enc. Humanae Vitae, n. 16), espaciar nacimientos naturalmente (Ej. Método Billings) siguiendo los ciclos de fecundidad que Dios en su infinito amor y sabiduría puso en la ley natural.
Lo que Dios nos enseña es que cualquier acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida. Es decir, que si tras la unión —de la previamente infértil pareja; o aquellos que decidieron, por serios motivos, espaciar nacimientos— surge un embarazo, es deber de los padres acoger con amor, el regalo que Dios trajo a sus vidas.
Segundo Acto Diario: Tómate en serio la educación de tus hijos/futuros hijos.
¿Me estoy formando/educando para luego poder formar/educar a mis propios hijos?
Si leemos el Catecismo de la Iglesia Católica, podemos aprender mucho sobre este deber como padres:
«La fecundidad del amor conyugal no se reduce a la sola procreación de los hijos, sino que debe extenderse también a su educación moral y a su formación espiritual. El papel de los padres en la educación tiene tanto peso que, cuando falta, difícilmente puede suplirse. El derecho y el deber de la educación son para los padres primordiales e inalienables.» (n. 2221)
«Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos. Testimonian esta responsabilidad ante todo por la creación de un hogar, donde la ternura, el perdón, el respeto, la fidelidad y el servicio desinteresado son norma. La familia es un lugar apropiado para la educación de las virtudes. Esta requiere el aprendizaje de la abnegación, de un sano juicio, del dominio de sí, condiciones de toda libertad verdadera.» (n. 2223)
Así como un ciego no puede guiar a otro ciego, uno no puede dar lo que no tiene.
Es tu deber formarte constantemente, para luego poder formar lo más adecuadamente posible, a tus hijos. Es tu deber.
No tengas miedo a pedir prestado un libro sobre educación de los hijos (de buena fuente, si es cristiana mejor). No tengas vergüenza de pedir consejo. No seas reacio a dedicar una parte del día a preguntarte: ¿Cómo los educaré?, ¿cómo les presentaré estos valores?
…¿Cuál es la mejor manera de darles una formación integral?
Conversaba con el Dr. Enrique Cueva, padre de una familia que estimo bastante y de la que aprendo mucho. Tiene cuatro hijos con edades rondando los 25-35 años, todos chicos de grandes valores, amor a Dios, respeto a sus padres y abuelos, gran éxito profesional/vocacional; y sobre todo, exultan una enorme generosidad, solidaridad y gratitud, a un nivel que no he visto en ninguna otra familia.
—Dr. Enrique, qué me recomienda para educar a mis futuros hijos, ¿cómo fue que lo hizo usted? —le pregunté.
Su respuesta fue tan corta, como clara y precisa:
—El Ejemplo
Tercer Acto Diario: Controla las discusiones, que sean siempre en privado. Practica el dominio propio.
«21 Habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal. 22 Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano “imbécil”, será reo ante el Sanedrín; y el que le llame “renegado”, será reo de la gehenna de fuego.» (Mateo 5, 21-22)
¡Qué peor ejemplo para la vida de un niño ver la constante riña de sus padres!
Esta falta de control de la lengua, verdaderamente mata. No solo a tu cónyuge, a quien una palabra mal dicha puede dañar más que mil golpes, ¡sino a tus hijos!
«21 Muerte y vida dependen de la lengua, según se elija, así se recibirá.» (Proverbios 18, 21)
Al pelear frente a ellos, les estás enseñando a faltarse el respeto públicamente; les estás enseñando el antivalor de la prepotencia y el orgullo, de la falta de control, la desunión y la ira.
Aún más, al pelear delante de los hijos, los esposos se están desautorizando mutuamente, ¿qué consecuencias trae eso?: Perderás su respeto, te desobedecerán, incluso te mentirán y en adelante sabrán que te pueden cuestionar en todo, como entre ustedes mismos lo hacen.
Como padres debemos dar ejemplo de unidad, que ambos estamos en la misma página, que remamos el mismo barco, si uno dice “A” el otro no dirá “B”, la voluntad de mi madre será la de mi padre y la de mi padre será la de mi madre.
Al discutir frente a ellos, rompes con esa enseñanza, rompes con esa armonía conyugal. Por eso mismo, padres: ¡No se contradigan!
El ejemplo de unidad que les das ahora, será el mismo al que tus hijos se inclinarán en su futuro matrimonio. ¿Qué tipo de futuro quieres para ellos?
En ese sentido, te dejo algunos consejos que puedes hacer tuyos desde hoy, ya seas soltero o casado:
- Practica el dominio propio, la virtud de la mansedumbre y la humildad —opuestos a la irascibilidad y al orgullo—
Practica esa humildad con tu familia, amigos, colegas, compañeros.
- Recuerda que estás llamado a amar a todos como Dios te ama, con paciencia y misericordia, sin juzgar (ni en voz alta, ni en tu corazón).
- Poner paños de agua fría. Vence el mal a fuerza de bien. Si tienes pareja, hagan este compromiso: No agregar leña al fuego, no reaccionar mal a una mala reacción del otro. Si no puedo aguantar, lo discutimos calmados más tarde.
- Todas las discusiones sean siempre en privado. Nunca frente a los hijos, nunca frente a otras personas.
- Todo lo resolvemos el mismo día, nunca acostarnos enojados.
«26 Enójense pero sin pecar, que el enojo no les dure más allá de la puesta del sol, 27 pues de otra manera se daría lugar al demonio.» (Efesios 4, 26-27)
- Confianza, Respeto, Valoración y Atención. Los conflictos vienen, principalmente, por no cumplir con estos pilares de la relación. ¿Los estás cumpliendo?
- Acércate mucho más a Dios. Si estás cerca a Dios, difícilmente pasará. Un verdadero hombre de Dios es paciente, pacífico, de buen carácter.
- A veces conviene renunciar a la razón para tener paz —a menos que se comprometa la integridad—.
Este último punto es, para mi, el más práctico y aquel que abarca todo: La búsqueda de la paz y la unión; la práctica de la humildad; la renuncia al orgullo, a la soberbia; el buen ejemplo a los hijos; una muestra de sabiduría, dominio propio y un amor profundo a la pareja (recordando que el amor es una decisión y renuncia diaria a uno mismo).
«12 Por lo tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de: compasión tierna, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia.
13 Sopórtense y perdónense unos a otros si uno tiene motivo de queja contra otro. Como el Señor los perdonó, a su vez hagan ustedes lo mismo.
14 Por encima de esta vestidura pondrán como cinturón el amor, para que el conjunto sea perfecto.
15 Así la paz de Cristo reinará en sus corazones, pues para esto fueron llamados y reunidos. Finalmente, sean agradecidos.
16 Que la palabra de Cristo habite en ustedes y esté a sus anchas. Tengan sabiduría, para que se puedan aconsejar unos a otros y se afirmen mutuamente con salmos, himnos y alabanzas espontáneas.» (Colosenses 2, 12-16)
Ya seamos cristianos o no cristianos, la ley del amor al prójimo, de los valores arriba descritos, es algo que ninguna cultura de bien rechaza.
Por eso cordialmente te invito, querido lector: Si eres cristiano/católico, empieza a practicarlos todos. Y si no profesas nuestra fe, dale una oportunidad a estas enseñanzas —si así te lo permite tu conciencia, claro está—.
Te animo a empezar a experimentar la profunda alegría y llenura que trae al alma (de significado, paz, alegría, sentido a la vida) practicar el más grande mandamiento, el mandamiento del amor.
Concluyendo con estos pensamientos, ¿defendemos la vida?, ¿la valoramos? Si la respuesta es sí, empecemos a ser congruentes, entendamos nuestro deber de padres al sernos confiadas almas tan inocentes.
Demos a la vida la importancia que verdaderamente se merece.
Pongamos en práctica cada día estos actos de amor.
Juan Diego Enciso Molina, @juan.diego.enciso
Se nota que has madurado y crecido interiormente, el que construye la casa sobre la roca…..no temerá……un abrazo JD
Tu tío Erick