¿Convivencia antes del matrimonio?

Las uniones de hecho, o también llamada “convivencia”, fenómeno que en los últimos años se ha difundido en la sociedad con mayor intensidad, interpelan la conciencia de todas las personas que creen en la familia fundada sobre el matrimonio como un bien para la persona y para la sociedad humana.

La cultura actual nos plantea un nuevo desafío: la mentalidad contemporánea ha llevado a considerar social y jurídicamente iguales -o cuando menos, equiparables- estas uniones de hecho y la auténtica comunión matrimonial.

Esto nos debe llevar a una reflexión nueva y saludable sobre lo que constituye el matrimonio, que es lo que hace que ningún “pacto” tenga la pretensión de sustituir esta institución natural por medio de la cual un hombre y una mujer se entregan mutuamente de por vida, en una unión permanente y exclusiva, abierta a la procreación.

Esto requiere una adecuada comprensión de la libertad humana, en contra de la frecuente corrupción de la idea y de la experiencia de la libertad, que ya no se concibe como la capacidad de realizar la verdad del proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia, sino como fuerza autónoma de afirmación, incluso contra los otros, en función del propio bienestar egoísta.

San Juan Pablo II en su discurso a la Rota Romana del año 2001 menciona: “Dicha donación personal tiene necesidad de un principio de especificidad y de un fundamento permanente. La consideración natural del matrimonio nos permite ver que los cónyuges se unen precisamente en cuanto personas entre quienes se da la diversidad sexual, también con toda la riqueza espiritual que esta diversidad implica en el nivel humano. Los esposos se unen en cuanto persona-hombre y en cuanto persona-mujer. La referencia a la dimensión natural de su masculinidad y feminidad es decisiva para comprender la esencia del matrimonio. El vínculo personal del matrimonio se instaura precisamente en el orden natural de la modalidad masculina o femenina del ser persona humana”.

La convivencia prematrimonial, esta especie de periodo de prueba antes de dar el salto al matrimonio, o incluso la gran mayoría ni lo piensa ni está dispuesta a darlo, no es más que el camino que elegimos para que eduquemos a nuestro corazón a amar de una manera que NO es incondicional. Nosotros probamos productos, no personas. Cada uno de nosotros está llamado a ser amado, no usado. Pues lo contrario al amor, es el uso. Recuerda que eres alguien y no algo. La persona es fin en sí misma y no medio para lograr satisfacer los placeres o deseos egoístas y desordenados. 

El verdadero amor no se condiciona, no está a expensas de los sentimientos que van y vienen para ver hacia donde dirigir la barca; en el amor real, que vendrá de todo, se trabaja día a día la decisión, la voluntad, voluntad libre y con convicción que tomaron los esposos el día que se dieron el Sí definitivo y que con el continuo trabajo que requiere la comunidad de vida y de amor, romperá con cualquier obstáculo que venga en el camino.

Por otro lado, a diferencia de los esposos, los convivientes no han manifestado esta decisión públicamente ante un ministro u autoridad competente, no han expresado ni suscrito un compromiso que los vincule y que incluso los protege jurídicamente. ¿Qué se espera descubrir en esta convivencia que no se haya podido conocer en el noviazgo y que resulte un factor determinante para no tomar la decisión de casarse o no? El apostar por convivir para conocerse mejor es como decirle entre líneas a la otra persona: te amaré hasta que encuentre algo de ti que no me guste y me vaya. En el amor es todo, o es nada.

Por último, quiero compartir unas palabras del Papa Francisco de la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia #131 y # 132:

Quiero decir a los jóvenes que nada de todo esto se ve perjudicado cuando el amor asume el cauce de la institución matrimonial. La unión encuentra en esa institución el modo de encauzar su estabilidad y su crecimiento real y concreto. Es verdad que el amor es mucho más que un consentimiento externo o que una especie de contrato matrimonial, pero también es cierto que la decisión de dar al matrimonio una configuración visible en la sociedad, con unos determinados compromisos, manifiesta su relevancia: muestra la seriedad de la identificación con el otro, indica una superación del individualismo adolescente, y expresa la firme opción de pertenecerse el uno al otro.

Casarse es un modo de expresar que realmente se ha abandonado el nido materno para tejer otros lazos fuertes y asumir una nueva responsabilidad ante otra persona. Esto vale mucho más que una mera asociación espontánea para la gratificación mutua, que sería una privatización del matrimonio. El matrimonio como institución social es protección y cauce para el compromiso mutuo, para la maduración del amor, para que la opción por el otro crezca en solidez, concretización y profundidad, y a su vez para que pueda cumplir su misión en la sociedad. Por eso, el matrimonio va más allá de toda moda pasajera y persiste. Su esencia está arraigada en la naturaleza misma de la persona humana y de su carácter social. Implica una serie de obligaciones, pero que brotan del mismo amor, de un amor tan decidido y generoso que es capaz de arriesgar el futuro.

Optar por el matrimonio de esta manera, expresa la decisión real y efectiva de convertir dos caminos en un único camino, pase lo que pase y a pesar de cualquier desafío. Por la seriedad que tiene este compromiso público de amor, no puede ser una decisión apresurada, pero por esa misma razón tampoco se la puede postergar indefinidamente. Comprometerse con otro de un modo exclusivo y definitivo siempre tiene una cuota de riesgo y de osada apuesta. El rechazo de asumir este compromiso es egoísta, interesado, mezquino, no acaba de reconocer los derechos del otro y no termina de presentarlo a la sociedad como digno de ser amado incondicionalmente. 

Por otro lado, quienes están verdaderamente enamorados tienden a manifestar a los otros su amor. El amor concretizado en un matrimonio contraído ante los demás, con todos los compromisos que se derivan de esta institucionalización, es manifestación y resguardo de un «sí» que se da sin reservas y sin restricciones. Ese sí es decirle al otro que siempre podrá confiar, que no será abandonado cuando pierda atractivo, cuando haya dificultades o cuando se ofrezcan nuevas opciones de placer o de intereses egoístas.

Espero que te haya servido. Con cariño, Shey.

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6 comentarios en “¿Convivencia antes del matrimonio?”

  1. Wow. Muchas gracias por este artículo, me hacía falta reforzar esto, pues como ya lo dice ahora la sociedad nos quiere mostrar que es lo mismo esta unión o que es necesario conocer así a la pareja para saber si casarse o no.

  2. Fue la razón por la que termine con mi novio,el no quería casarse, me decía que prefería la convivencia, asi que me doy cuenta que es como dice el artículo, cuando hay un amor solido puede contra toda situación y es algo que se consolida con el matrimonio.
    Realmente entonces el no sentía amor por mi. Doy gracias a Dios por guiarme por el matrimonio y no las convivencias que son riesgozas tanto para herir profundamente a las personas

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