
Un Camino Diferente al Esperado
Siempre imaginé que mi vida adulta estaría llena de desafíos profesionales y logros. Soñaba con ser una comunicadora trabajando para una gran corporación y, en las noches, actuando en obras de teatro. Sin embargo, todo tomó un giro inesperado cuando decidimos que sería yo quien se quedara en casa para criar a nuestra bebé. Pero, ¿cómo llegué a valorar este cambio drástico?
De pequeña, me fascinaba ver a mi madre prepararse para salir a trabajar. Siempre me llenó de orgullo saber que tenía una mamá trabajadora, y no podía imaginar otro estilo de vida para mí misma. Pensaba que cuando yo tuviera a mi familia quería hacer lo mismo. Sin embargo, Dios tenía otros planes.
En mi país natal, mi vida era completamente distinta. Salía a trabajar mientras una señora se encargaba de las labores del hogar: limpieza, cocina, entre otros. Sinceramente, en ese entonces no le daba mucha importancia al trabajo en casa. No conocía lo que implicaba ser una ama de casa y cómo esta labor constituía una forma única y valiosa de servir a mi familia.
Un Nuevo Capítulo en Canadá
Mudarnos a Canadá marcó un punto de inflexión en nuestras vidas. Tomamos la decisión de que sería yo quien se quedara en casa para cuidar de nuestra hija mientras mi esposo trabajaba. Confieso que subestimé lo que todo esto implicaría; la transición fue como tirarme a una piscina sin saber nadar. De repente, me encontraba en una cultura desconocida, enfrentando nuevas circunstancias y asumiendo un nuevo rol.
Recuerdo que conocíamos a nuevas personas todo el tiempo y siempre me preguntaban: What do you do? (¿qué haces?). Por mucho tiempo fue raro contestar que me quedaba en casa cuidando a mi hija. Mi respuesta automática era: “Me quedo en casa con mi hija, PERO en Perú era comunicadora, trabajaba, dirigía un equipo”. Es como si quisiera asegurarme de que la otra persona supiera que yo era algo más que “solo” una ama de casa, es decir, minimizando el valor del trabajo dentro del hogar.
¿Qué te dice la sociedad?
La sociedad te vende la idea de que una mujer inteligente, empoderada, con metas y ambiciones no puede o, incluso, no debe ser una ama de casa.
Pareciera que hemos reemplazado el valor de dar frutos al prójimo por un enfoque más egoísta en poder y control.
Citando el libro “Theology of the Home: The spiritual art of homemaking”, ahora damos importancia a la figura de la mujer desde un punto de vista muy específico, estas son algunas frases que usamos ahora para describirnos: “Girl power” “empowerment” “strong is the new pretty”. Esta búsqueda del poder constante contraria a darse al otro, es el mensaje que se bombardea todo el tiempo.
Yo me compré este mensaje. De verdad pensaba que mi elección no era válida. No era suficiente quedarme en casa cuidando de mi familia. Según yo para la sociedad tenía que hacer algo más para realmente dar un aporte valioso.
Pasaron varios años para darme cuenta que mi valor no radica en lo que hago, en las decisiones que tomo o en el trabajo que realizo. Mi valor radica en ser hija amadísima de Dios.
¡Validación!
Sin embargo, esa necesidad de validación existe, yo la he sentido. Somos humanos. Ese deseo de escuchar al final del día: “Lo que haces es importante” o “Estás haciendo un buen trabajo”. Desafortunadamente, ese reconocimiento raramente llega a las mamis que optamos por quedarnos en casa. La sociedad no aprecia el trabajo dentro del hogar. Siempre esperan que hagas algo más además de criar y organizar un hogar, como si eso no fuera ya una tarea considerable.
El trabajo de una ama de casa —la carga mental que conlleva, el cuidado de los hijos, de la casa, de los alimentos, la ropa y mucho más— aunque muchas veces invisible a los ojos de la sociedad, es sumamente válido, importante y necesario.
Soy consciente que mi aporte a mi familia es grande. Mi esposo y yo tenemos roles muy específicos, pero ambos son igualmente valiosos. Él no podría salir a trabajar si yo no me quedo en casa cuidando a los chicos y yo no me podría quedar en casa si él no ganara el dinero necesario para nuestras necesidades. Es un trabajo en equipo.
Es fundamental erradicar términos peyorativos como “mantenida” o “no hace nada”, ya que no podrían estar más alejados de la realidad.
Con el tiempo, he aprendido a encontrar esa validación en mí, en mi familia, en saber que lo que hago, aunque pequeño para el mundo, es grande para Dios. Al mismo tiempo, es importante aportar para cambiar la narrativa y darle el valor que se merece al trabajo dentro del hogar. Te invito a validar y aplaudir la decisión que una mujer hace de tomar una pausa laboral y cuidar a su familia.
Esta frase de Dorothy Day resume muy bien este punto: “Todos quieren hacer una revolución, pero nadie quiere lavar los platos”.
Humildad y Balance
Es indudable que trabajar en casa requiere una gran dosis de humildad. En la vida laboral convencional, el salario, el prestigio y la presión de una fecha límite suelen ser las fuerzas motivadoras. Por el contrario, ser ama de casa está movido por un puro sentido de servicio y amor. En casa tenemos el privilegio de donarnos a los que más amamos. Estar en clave de don siempre.
Sin embargo, es importante encontrar un balance y no descuidar el cuidado personal, que según la etapa que estás viviendo puede lucir diferente. En mi caso, tengo tres pequeños, de 6, 2 años y 4 meses, no tengo tiempo para ir a hacerme las uñas o el cabello muy seguido. Sin embargo, procuro crear pequeños momentos durante el día para recargarme, ya sea con un vaso de café frío, tiempo para escribir o hacer ejercicios.
Además, todos necesitamos una especie de “vacaciones” de nuestras tareas cotidianas. En un empleo convencional, se dispone de días libres para desconectar y hacer actividades diferentes. Sin embargo, al ser la principal cuidadora de tus pequeños, no existe esta figura de “desconectarte”. Con el tiempo, he aprendido a crear espacios para mi. Mi esposo me anima mucho a ello porque soy muy mala poniéndome límites. Por ejemplo, inicialmente escribía este blog durante las siestas de mi bebé, pero me abrumaba mucho haciéndolo. Estoy tratando de encontrar un equilibrio y ahora lo dejo una vez por semana unas horas con mi esposo para irme a un café a escribir tranquila. Esos espacios son justos y necesarios para una ama de casa.
Teología del hogar:
La filósofa Edith Stein una vez dijo: “El alma de la mujer está moldeada como un refugio donde otras almas puedan desarrollarse”. Este pensamiento se adhiere de manera íntima al concepto de teología del hogar. El término en inglés de ama de casa es “Homemaker” (hacedora del hogar), este encapsula la esencia de lo que una mujer hace en su hogar. Somos las arquitectas que establecen el tono de nuestro hogar, lo convertimos en un templo donde nuestra familia crece y se nutre.
Mi viaje como “homemaker” ha estado lleno de desafíos. Tuve que aprender a administrar un hogar sin guía previa, descubriendo por ensayo y error cuál era la mejor manera de llevar a cabo tareas como cocinar y limpiar. La organización es algo que me ha costado dominar, especialmente ahora con tres hijos. Pero este aprendizaje me ha enseñado el valor incalculable de proporcionar un ambiente de paz y orden para mis hijos. De esta forma también doy vida a mi familia.
C.S Lewis dijo: “Los niños no son una distracción de tu trabajo; son el trabajo más importante”. Y es justamente aquí, en la esencia de la vida familiar, donde nuestras habilidades son irremplazables. Mi ausencia en el hogar, aunque sea por unas pocas horas, requiere un nivel de preparación y ajuste que demuestra cuán crítico es mi rol.
Invito a todos a que revaloren las “tareas menores” de la vida, aquellas que realizamos en el silencio de nuestros hogares. Porque es en esos momentos humildes donde encontramos nuestra verdadera vocación y nuestro más alto llamado: amar.
Mirian Oria
@anordinary_mom
Muy buen artículo y más que viene de una experiencia personal. ¡Felicidades!
qué bien que te gustó