
En el artículo anterior sobre “el rol del varón en una relación de pareja”, abordamos la realidad de este rol desde un enfoque existencial, porque quisimos dejar para este momento el enfoque espiritual y darle un especial relieve.
Es preciso decir que estos enfoques no se contraponen; al contrario, tienen la capacidad de dialogar entre sí, pues la persona es una unidad de vida en donde lo humano y espiritual o trascendente nos permite experimentar la plenitud en nuestras vidas.
Para los varones, lograr esta armonía supone un esfuerzo extra, porque naturalmente nos enfocamos en cada cosa que forma parte de nuestra vida, ya sea la familia, el trabajo, el hogar, nuestra novia o esposa, el tiempo libre, las amistades y nuestra relación con Dios.
¿En qué consiste este esfuerzo extra? Consiste en ir creando en nosotros la consciencia de que nuestra relación con Dios es una relación con todo lo que vivimos día a día y que no se reduce al momento que “le damos”, el momento de oración en silencio o en la hora de nuestra Eucaristía dominical, solo por poner unos ejemplos.
Un amor creyente es un amor que trasciende
Todo varón que toma en serio su vida espiritual reconoce que una relación de amor exclusivo con una mujer se convierte en un camino privilegiado hacia Dios. Por esto, reconoce que la persona que elige amar será para él un lugar de encuentro con Dios, consigo mismo y de servicio para los demás.
Hablar del amor verdadero supone hablar también de un amor que trasciende las fronteras del amor meramente humano, a pesar de su inmensa riqueza; no obstante, el amor que trasciende reconoce que el punto de unión, el cimiento sobre el que se apoya la relación es algo mucho más grande, es el amor de Alguien mucho más grande que el amor de ambos: el amor de Cristo.
Este amor de Cristo que los une también los invita a trascender hacia los otros con el afán de servir. Un amor trascendente difunde naturalmente este tipo de amor hacia los demás, porque se convierte en luz que alumbra la vida de otros.
La aceptación del otro
Los varones hemos de saber que la persona a la que amamos con afecto exclusivo no es perfecta. El hecho de que ambos compartamos los mismos ideales humanos y espirituales no nos exime de los límites propios de la naturaleza dañada por el pecado original.
Se dice que “el amor es ciego”, pero lo que sucede es que en la etapa inicial del enamoramiento idealizamos tanto a la persona amada que no logramos ver el límite del otro (un límite normal y natural por cierto); no obstante, con el transcurrir del tiempo, estas limitaciones se van haciendo cada vez más evidentes y vamos conociendo realmente a la persona que decidimos amar.
Frente a esto, si queremos amar con un amor trascendente, reconocemos que el amor va más allá del sentimiento y este se transforma en una decisión que se actualiza día a día.
La espiritualidad masculina
En cualquier etapa de una relación entre una mujer y un varón, este ha de llevarla a Dios. Ha de ser un camino hacia Dios desde su masculinidad. Este camino hacia Dios, está iluminado por la relación que tiene Cristo.
Una de las formas de hablar sobre esta relación es la analogía del cuerpo donde Cristo es la cabeza. Hablar de cuerpo supone hablar de una unidad vital, ¿qué sería del cuerpo sin la cabeza y viceversa? Ahora bien, el uso de esta analogía en donde se dice que Cristo es la cabeza del cuerpo, no nos quiere dar a entender que la figura masculina es la más relevante.
Esta analogía tiene su máxima expresión en la Cruz en la que Cristo da la vida por su esposa la Iglesia. De la misma forma, si bien ambos tienen que estar dispuestos a dar la vida el uno por el otro, el varón, a ejemplo del mismo Cristo, tiene la misión de dar la vida por los suyos, ha de “primerear” en el sacrificio y servicio a los suyos.
Así, la espiritualidad masculina verdadera supone una apertura al amor de Dios, pues el varón que se deja amar por Dios realmente amará con un amor de otro mundo. Un amor que hace libre al otro, es decir, que ama sin poseer. Este amor es el amor que sirve y es incondicional. Ciertamente, será un amor que es frágil, pero que sabrá que incluso esa fragilidad puede ser una ocasión para dar un paso más hacia el amor verdadero.
-Jorge Neyra