
Uno de los riesgos cuando comenzamos un viaje, proyecto o plan es no tener claro a dónde se quiere llegar. A causa de esto es muy probable que la manera en que terminemos llegando al objetivo haya requerido más tiempo, improvisación de manera desorganizada, gastos más de lo planeado, cansancio, entre otras circunstancias.
Algo muy parecido ocurre en muchas realidades que se viven en el mundo actual. Se tienen aspiraciones u objetivos frecuentemente marcados por un interés personal, cada vez tendiendo más al egoísmo. Aunque de primera instancia pareciera algo bueno o sano, de fondo lo que provoca esta intención es avanzar sobre apariencias e ilusiones, que causarán desorientarse del punto de llegada.
De la mano con este riesgo, que se alcanza a mirar en el mundo moderno, es igual de peligroso desconocer de dónde vengo.
Debido a la presencia cada vez más influyente de las corrientes de pensamiento provenientes de la filosofía moderna, uno de los aspectos que más se ha visto afectado por estas, es la identidad. ¿Qué tan vulnerable puede ser alguien cuando no tiene la certeza de saber quién es? No solo por saber cómo se llama, cuántos años tiene, a qué se dedica o cuáles son sus estudios, sino por su propósito de existir o estar en el mundo.
Cada vez es más frecuente escuchar casos de personas que cambian algún rasgo de sí con el que no se sienten cómodas o identificadas: sexo de nacimiento, orientación sexual e incluso su identidad como ser humano.
Esto se debe a que se ha hecho a Dios a un lado, de quien viene el origen de las cosas, de todo lo creado y de los ecos que habitan en nuestro corazón para vivir de manera plena y feliz. Todo esto ya no se quiere recibir de Dios, sino que el ser humano es quien ha torcido el diseño original con el que fuimos pensados y por lo tanto, nuestra identidad.
La brújula aquí es donde empieza a desorientarse y es vital volver a conectar con nuestro diseño original, de dónde venimos y así tener claro hacia dónde vamos. Como primer punto, ante la propuesta cultural y social de anular las diferencias sexuales tanto físicas o sociales, vale mucho recordar que Dios nos pensó como hombre y mujer. Detrás de este diseño más que mirar las diferencias como algo que nos distancian, fueron pensadas para enriquecernos y complementarnos. Así se descubre que los anhelos del corazón del hombre encuentran respuesta en los de la mujer y viceversa.
Para tener la perspectiva más clara, repasemos el itinerario de viaje y calibremos la brújula del corazón. Vayamos al origen, en el libro del Génesis cuando Dios crea a Adán y Eva para recordar nuestra identidad ante Dios y en todo lo que sueña para nosotros como un regalo para el mundo:
- Génesis 2,7: Dios formó al hombre con polvo del suelo, y sopló en sus narices aliento de vida, resultó el hombre un ser viviente.
Dios se alegra que el hombre vive, como el culmen de su creación y después de darle autoridad para nombrar a todo lo creado con el fin de que el hombre no esté solo, le regala su ayuda, a su compañía adecuada en quien termina por darse cuenta quien es..
- Génesis: 2,22: De la costilla que Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre.
Dios le regala la mujer al hombre como compañera y al recibirla como don, reafirma su identidad como varón al ver que ella es diferente, pero le descubre a su vez lo que a él le hacía ser hombre y viceversa. No solo por sus diferencias físicas, sino por la intención que Dios tenía: mostrarle al hombre y la mujer que tenían un propósito en común: ayudarse a permanecer juntos en la amistad con Dios.
- Gen: 2, 25: Estaban ambos desnudos, el hombre y la mujer, pero no se avergonzaban el uno del otro.
La clave que explica la naturalidad con la que se miran y reciben Adán y Eva, antes de la caída donde la serpiente los engaña y los lleva a romper su estado natural de intimidad con Dios, es porque no hay de por medio una mirada con lujuria, ni de pretensión de obtener algo del otro o usarlo para una satisfacción personal como se percibe con mayor frecuencia en los ámbitos donde existe la relación hombre-mujer.
Jesús fue muy claro respecto sobre donde se comete el adulterio, más que limitarlo a cómo miramos a las personas con los ojos, es en cómo miramos desde el corazón. Lo que abre la puerta a mirar al otro como objeto de placer, como algo que uso, distorsionando la manera de mirarnos hombres y mujeres a como fue soñado por Dios, es decir, como un regalo, como un don que se entrega y se recibe; donde la certeza de saberse un don para el otro lleva siempre en primer lugar a la lógica del amor y de la entrega antes que el dominio.
También permite abrirse desde la libertad a la generosidad de buscar el bien del otro, antes que el egoísmo de mirar ante todo por uno mismo. Este no es un lenguaje que conoce el amor porque el egoísmo tiende a ser infértil. Incluso Dios en el Edén llama a Adán y Eva a ser fértiles y multiplicarse, contrario al pensamiento actual de encontrar cada vez mayores maneras de cerrarse a la vida, no solo a la procreación de los hijos, sino de la vida que desde el amor brindamos al otro y que también se recibe por su esencia.
Estas realidades pueden encontrarse en las diferentes vocaciones o estados de vida, donde no ha de ser ajeno este sentido complementario e incluso fraterno que podemos mirar en los sacerdotes, religiosas, laicos consagrados y otros estados de vida. Todos estamos llamados de forma individual y específica por Dios a compartir la riqueza de nuestra persona, de la forma de existir en el mundo como hombres y mujeres: dar resultados de la mano de procesos, afirmación y afecto, aventura y seguridad, emotividad y racionalidad, pláticas simples y profundas, en la vida pública y en el hogar, en la salida de sí y el acoger, etc.
Poder descubrirnos diferentes y complementarios nos ayuda a recordar el principal significado de nuestra vida y de nuestra misión en el mundo: somos hijos amados de Dios llamados a vivir a una relación personal e íntima con él de la cual brota vida que me hace crecer y a quienes están a mi alrededor.
- Daniel Moreno Mena
También en @psic.danielmoreno