
¿Y si vamos al Psicólogo?… !Pero si no estoy loco!
Abrir nuestro corazón no es algo sencillo, ponernos frente a frente con nuestra vulnerabilidad no es algo que resulte ser muy agradable para nosotros hoy día, y menos en el mundo donde se nos invita al autosuficientismo todo el tiempo: empoderate, si lo puedes creer lo puedes crear, no dependas de nadie, entre otros mensajes resuenan mucho hoy dia y nos llevan a pensar que pedir ayuda es un signo de debilidad. Aquí te contaré por qué no es así.
Nacimos requiriendo apoyo
Desde que nacemos, nuestra vida fue dada y sostenida por otros. Nuestra madre nos llevó en su vientre por 9 meses y al nacer lo primero que hizo fue sostenernos y alimentarnos. Nuestro primer contacto con la vida involucró una relación, donde éramos vulnerables y fuimos apoyados por otra persona. Y esa experiencia nos calmaba, nos reconfortaba. Investigando la estructuración psicológica de la persona, encontramos la amplia necesidad que hay en nosotros de sabernos amados y tener una figura de apego a la cual adherirnos desde pequeños. La figura de apego es aquella persona que estará ahí en mi vida para brindarme seguridad y apoyo, particularmente importante en los primeros años de vida.
Nuestra llegada al mundo fue con un grito, que fue escuchado por unos médicos, por mamá y papá, ese grito desde un inicio fue atendido, escuchado. Nuestros padres nos sostuvieron en ese momento cuando por primera vez salimos de ese lugar cómodo y seguro, que era el vientre de mamá.
Una vida que no se estudia
Cuando vamos creciendo, la mayoría de las veces no hemos sido formados en primera infancia o psicología infantil, para comprender las necesidades que tiene un bebé desde pequeño. Hemos de reconocer que no siempre hemos recibido el apoyo que requerimos de pequeños, por una sencilla razón: Quienes nos cuidaban no sabían más allá de ciertos cuidados básicos.Y es que la vida no se estudia, !se vive! y esas personas que estuvieron a nuestro lado dieron lo mejor que sabían dar por nosotros en ese momento.
Sin embargo, las interacciones que vamos teniendo con nuestros padres, familiares y el entorno, el modo como nos corrigieron, como me enseñaron a estar en la vida poco a poco va estructurando nuestros rasgos de personalidad. Hay personas que se enfrentan a la vida con miedo, porque de chiquitos se empezaron a sentir así; hay quienes lo hacen con gritos, con llanto, con mal genio o en silencio. Y esto ocurre porque aprendimos que así “debíamos actuar”, hubo personas a nuestro alrededor que aplaudían ciertas acciones y nos llenaban de amor por hacerlo; y hubo quienes nos condicionaron el amor por nuestros actos. Y así, se empezó a estructurar personalidades ansiosas, controladoras, seguras o inseguras. De ese modo se empieza a tener un vínculo con el entorno, que muchas veces hiere a la persona y a los demás, y por eso descubrimos comportamientos disfuncionales, relaciones de dependencia y control, porque hay heridas que desde que la persona era pequeña se fueron estructurando.
¿Ser ayudado? ¿yo?
La ayuda ha sido una necesidad que ha estado latente desde el nacimiento. Sin embargo, cuando lo planteamos en términos personales, muchas veces causa vergüenza: ¿ser ayudado yo? Se genera el estigma de que quien va al psicólogo tiene un problema interior y es “anormal”. El fin de la terapia, orientada a Dios, siempre será ayudar a restablecer la comunión con Dios, pues solamente Dios sana y libera el corazón de sus hijos de sus heridas más profundas. Por eso a continuación te doy unas razones muy concretas para buscar ayuda:
1) Comprender el fin de nuestro comportamiento
Todos cuantos hemos visto un partido de fútbol sabemos que en algún momento nos hemos desesperado por ver que hay alguna posibilidad de organizar el juego y los jugadores parecen no verlo tan claro. Asimismo nos pasa en terapia, siempre nos comportamos y decidimos de una manera determinada, pero no vemos aquello que nos conduce a comportarnos y decidir de esa manera. Por eso, ir a terapia es un mecanismo de autoconocimiento y autocomprensión que enseñará a ver tu vida y confrontar lo que usualmente decides.
2) Sanar heridas
Sabemos que solamente Dios sana y restaura el corazón de sus hijos, sin embargo, la terapia se convierte en un medio para ver con claridad esas zonas de nuestras vidas que están heridas, para volver a Dios y pedirle que nos restaure, asimismo, podemos dejar de alimentar la herida cambiando nuestro comportamiento y nuestras actitudes que nos laceran continuamente. Todas las personas, después del pecado original, tenemos heridas en nuestro corazón y Dios es el primero en buscar nuestra reconciliación interior. Por eso, buscar también a alguien que sepa conducir tu proceso de la mano de Dios y hacia Dios, será idóneo si lo que se busca es sanar y restablecer nuestro corazón
3) Romper círculos viciosos
A menudo tendemos a repetir los mismos errores en nuestra vida. Cada quien tiene los suyos, hay quienes son en la afectividad, otros en el manejo del dinero, en la sexualidad, en el trabajo,etc. Y todo tiene como base una herida, por eso sanar y volver al estado de plenitud interior es necesario para la paz interior de la persona.
4) Reestablecer tu comunión
Por último, podemos decir que la persona fue pensada en comunión, con Dios, consigo misma, con los demás y con lo creado. Por tanto, si hay alguna área de mi vida que me trae ruptura, es porque la herida que está en ese punto de mi vida aun sigue abierta y necesita ser tratada.
En conclusión, ir al psicólogo no es de locos sino de humanos. Cada persona a lo largo de su vida ha podido experimentar diversas rupturas y heridas, algunas de esas podrá manejarse individualmente, pero en otras ocasiones se podrá experimentar la necesidad de un apoyo externo, y eso necesitamos normalizarlo. Dios nos hizo en comunidad, para que también podamos ser un rostro de su verdad y su amor ante los demás. Animémonos a buscar ayuda cuando lo necesitemos.
-Isa y Gary. / @volveraloesencial_