La santidad: don y tarea

“La santidad no es un lujo de unos pocos, sino un sencillo deber para tí y para mí”

En el desarrollo de la vida cristiana vamos comprendiendo el llamado y el don tan grande que tenemos de ser santos. Pero para poder ser santos primeramente tenemos que estar convencidos que es algo que viene de Dios y solo de Él. “Sin Mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5). En ocasiones sentimos que tenemos que ser perfectos y jamás equivocarnos para poder llegar a ser aunque sea la mitad de lo que muchos amigos nuestros en el cielo son; pero la realidad es que no es así. Santa Teresa de Lisieux decía que la cosa más grande que el Señor había hecho en su alma era “haberle mostrado su pequeñez y su ineptitud”. ¿Qué regalo no? sabernos tan pequeños pero al mismo tiempo con la confianza de que Alguien mucho más grande nos sostiene y que sin Él no podemos hacer nada.

En este llamado te invito a que te cuestiones. Es necesario hacerlo muchas veces, para saber si estamos tomando el camino que Dios quiere o al menos entender hacia dónde vamos. ¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Cómo dejar actuar a Jesús en mí? ¿Estoy dejando a Dios ser Dios en mi vida?.

Todas estas preguntas (entre otras más) , nos pueden llevar a respuestas que nos orienten en este camino al cielo. Es aquí donde en oración, en silencio y en mucha acción descubrimos también las actitudes profundas de nuestro corazón y donde permitimos a Dios actuar en nosotros, reconociendo nuestra pequeñez pero también su grandeza escondida en nuestras heridas y en aquellas situaciones que aún no comprendemos.

Hay una referencia que me gusta mucho que alguna vez escuché de un sacerdote que dice que consideremos la superficie de un lago sobre la que brilla el sol. Si la superficie de ese lago es serena y tranquila, el sol se reflejará casi perfectamente en sus aguas, y tanto más perfectamente cuanto más tranquilas sean. Si, por el contrario, la superficie del lago está agitada, removida, la imagen del sol no podrá reflejarse en ella… ¿te suena? Que importante la paz en el corazón para poder reflejar a Dios, esto es la santidad, dejar a Dios actuar en nuestras vidas de tal modo que mostremos su rostro en todo lo que hacemos.

Decide creerle a Dios. Dios no decepciona. Nunca. Quién pone su confianza y su vida en Sus manos JAMÁS saldrá defraudado.

En un corazón inquieto y alterado no puede estar Dios, pero sí puede estar si permanecemos tranquilos bajo su mirada y le permitimos actuar en nosotros. Casi todo lo hace por Él mismo, casi sin que nos demos cuenta en la medida que lo dejamos penetrar nuestros corazones.

Lo increíble de todo esto es que en la medida que lo dejemos tomar las riendas de nuestra vida, es donde saldrán los frutos la santidad, no por nuestros méritos, no por nuestras fuerzas, sino por Él. Los frutos de un Amor auténtico que nos amó hasta el extremo. Esta paz en nuestros corazones nos libera del egoísmo y de las cosas del mundo que nos impiden ver y ser como Dios.

Lucha por la conversión de tu corazón, lucha por conocer a Dios, lucha porque vale la pena. Sin guerra no hay paz, sin combate no hay victoria y este combate es realmente necesario para nuestra purificación y nuestro crecimiento espiritual. Vive este combate con la certeza de que no vas solo, es una lucha ya ganada pues el Señor ha resucitado.

En estas fechas que recordamos a tantos santos que han pasado por esta vida, que tu corazón se llene de esperanza, de ese aire que respiramos los cristianos por haber entendido que la recompensa será grande en el cielo. No sólo somos

llamados hijos de Dios, sino que lo somos. Hoy recuerda y abraza esta realidad para la que fuimos creados: para ser santos.

San Francisco de Sales dice “El demonio pone en juego todo su esfuerzo para arrancar la paz de nuestro corazón, porque sabe que Dios mora en la paz, y en la paz realiza cosas grandes”. No orientes mal tus esfuerzos, que Cristo sea el centro de tu vida. Aprendamos a confiar en Dios, a aceptar nuestros errores sin desanimarnos, a no perder la paz del corazón cuando caemos, sino aprovechar esas derrotas para saltar aún más arriba; no pierdas la paz. La santidad no te invita a hacer todo siempre bien y a no equivocarte nunca, sino a conservar esa paz en el corazón que nos acerca siempre a Dios.

La santidad, como un don y una tarea que vale la pena. Una disposición del corazón que comienza con un sí a Dios. No se trata de ser perfecto de un día para otro, sino de experimentar el amor de Dios al levantarse cada mañana.

Recuerda que se aprende a amar, amando. No tienes que ser nada distinto de lo que eres, sino vivir tu propia realidad en un contexto íntimo con Cristo que te lleve a amar siempre más. No te desanimes, nuestra vida muchas veces pareciera sin brillo, sin embargo siempre brilla ante el Señor.

@irma_richardson

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