Todos tenemos traumas

¿Cuántas veces has escuchado la expresión: “estás traumado”? Tal vez en tono irónico o burlesco o puede que seas tú la persona que lo haya dicho. La verdad es que sí, todos tenemos uno o más traumas y es que los traumas no son necesariamente experiencias terribles como un secuestro o abuso sexual. Los traumas poco tienen que ver con el acontecimiento en sí, sino con la interpretación que el cerebro le da a los mismos.

¿Qué son los traumas?

Los traumas son heridas emocionales que producen cambios en el sentido del yo, en el sentido del significado del mundo, de su seguridad y racionalidad, es decir, afectan todas las dimensiones de la persona humana. Los traumas pueden distinguirse entre “T” mayúscula y “t” minúscula. Los traumas T hacen referencia a situaciones provocadas por el hombre o desastres naturales graves como: agresiones, muerte, accidentes, terremotos, sicariato, etc. Los traumas t suelen pasar desapercibidos, pero suponen un gran impacto sobre las creencias que la persona tiene sobre sí misma, los demás y sobre el mundo y están directamente relacionados con la calidad de los vínculos de apego primario en la infancia, situaciones de negligencia, desprotección, abandono o relaciones conflictivas generan traumas t.

Cuando una persona ha vivido un suceso traumático, el cerebro no procesa correctamente la vivencia, guardando en la memoria una narrativa interna disfuncional sobre lo sucedido, por ejemplo: una persona recuerda llorar mucho cuando tenía 5 años porque sus padres no pasaban en casa, el cerebro almacena esta información de forma desadaptativa con creencias negativas autorreferenciales como: “Mis padres no me quieren”, “no soy importante”, “no soy suficiente”, “soy abandonable” cuando la realidad es que talvez los padres no pasaban en casa porque debían trabajar, de ahí también recordar la importancia de padres presentes. Lo vivido como traumático dificulta la integración del pasado en el presente, la persona actúa como si estuviera en el pasado, porque lo que sucedió en el pasado (infancia o adolescencia) afecta su presente (adultez).

Creencias negativas son respuestas a traumas t

En el ejemplo anterior podemos ver como una experiencia que se vivió como traumática genera creencias negativas con respecto a si mismo, las creencias negativas son las atribuciones negativas personales con las que la persona se identifica como resultado de una experiencia. Los traumas t no solo se generan en la infancia, sino en cualquier etapa de vida de la persona, por ejemplo, un despido laboral puede llevar a una persona desarrollar la creencia de: “ya no sirvo”, “no soy capaz”. Las creencias negativas generalmente se engloban en los siguientes temas:

  1. Culpa: “Soy culpable”
  2. Responsabilidad, autoconcepto: “No merezco ser amado”, “Soy feo”
  3. Seguridad: “No puedo confiar en nadie”
  4. Falta de control: “No puedo tener el control”

Estas creencias negativas almacenadas en la memoria se activan ante situaciones similares. Continuemos con el ejemplo anterior, una persona que ha desarrollado la creencia de “no soy suficiente” en su infancia, es posible en su vida adulta desarrolle comportamientos -muchas veces inconscientes- para evitar ser abandonado, como ser complaciente, no establecer límites, personalidad dependiente, conformismo y si la relación llegase a terminar la creencia negativa se reafirma.

Teoría del apego y su relación con los traumas

Los traumas t están directamente relacionados con la construcción del apego durante la infancia. El apego es un vínculo afectivo que se establece desde los primeros años de vida, en relación con la madre, padre o cuidadores principales. Cuando el niño siente confianza en su cuidador, ansiedad ante la separación, pero seguridad en que se reunirá nuevamente con el/la cuidadora, cuando el cuidado materno se ha caracterizado por la disponibilidad, receptividad, conexión y calidez, se desarrolla un apego seguro. Si el niño no siente ansiedad o no llora tras separarse de la madre, cuando el cuidado materno se ha caracterizado por la rigidez, la insensibilidad y la falta de contacto, se desarrolla un apego inseguro evitativo. Y si el niño muestra ansiedad tras la separación de la madre, pero no se tranquiliza ante su regreso, si en ocasiones los cuidadores atienden las necesidades básicas y en otras no, si el cuidado materno es insensible e inconsistente, el niño desarrollará un apego inseguro ambivalente.

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La figura de apego (los padres) y su disponibilidad, constituyen la base de la identidad, la autoestima y la forma de cómo relacionarse con el mundo. La falta de cuidado, protección, atención y conexión genera traumas t.

Si después de leer todo lo anterior sigues pensando “Yo no tengo traumas” …

Enhorabuena, pero te invito a evaluar la calidad de tus relaciones interpersonales (pareja, amigos o trabajo), ¿estás estableciendo limites adecuados? ¿Puedes expresar tus sentimientos, emociones e ideas con libertad? ¿Aceptas tus errores, eres compasivo contigo mismo? ¿Recuerdas tu infancia con agradecimiento y aceptación? ¿Has perdonado a tus padres? Y finalmente: ¿cómo es la relación con tu niño interior? Aceptar que estamos heridos, que tenemos traumas, que hay situaciones en nuestra vida que aún duelen o debemos trabajar no es signo de debilidad, por el contrario, te hace valiente, enfrentarse a los recuerdos de la infancia no es fácil. 

Si por el contrario con esta lectura has descubierto o piensas que hay vivencias que has vivido como traumas: “me siento poco importante porque mis padres no pasaban tiempo conmigo”, “me siento fea porque un chico se burló y me rechazó en el colegio”, “no puedo hablar en público porque una ocasión todos se rieron de mi”. Si tu diálogo interno se caracteriza por afirmaciones como: “soy una vergüenza”, “no eres valiosa”, “todos te van a rechazar” es momento de atender tu salud mental, recuerda que el cerebro tiene la capacidad de curarse de recuerdos, emociones y creencias irracionales, al igual que el cuerpo de lesiones físicas. 

¿Por dónde empezar?

No todas las terapias son recomendadas para trabajar los traumas, la terapia de desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares (EMDR) es un método de psicoterapia efectivo para el tratamiento de traumas. Con EMDR el cerebro puede reprocesar los recuerdos que se registraron como traumáticos, y aunque la experiencia dolorosa se recuerda, se desactivan las creencias negativas, la carga emocional intensa y le permite a la persona adquirir habilidades para enfrentar situaciones similares en el futuro.

Psic. Andrea Melissa de @okansiedad

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